Como apasionada del deporte y trabajando a pleno rendimiento en el sector fitness, es comprensible que lo que menos te esperes de mi es que te diga que, a veces, el ejercicio no es la solución.
Me explico. Cuando hablamos de la salud de nuestro cuerpo en general es evidente que el ejercicio es una parte esencial de la ecuación, pero no es ni mucho menos la panacea a todos nuestros males. Es más, el ejercicio puede llegar a convertirse en un factor de lo más estresante, en una obligación y en un foco de frustración si no conseguimos los resultados que esperamos. Y hablo en primera persona: para mi el ejercicio llegó a convertirse en un «puff, tengo que…», y si lo que se supone que es tu vía de escape, tu terapia antiestrés, aquello en lo que inviertes tus escasas horas de ocio, empieza con un «puff», mal vamos.
Quien haya leído mis últimos posts se habrá dado cuenta de que algo ha cambiado dentro de mi cabeza; y es que por fin, con 34 años, me he dado cuenta de que no podemos tratar nuestro cuerpo como un ente separado de la cabeza; nuestro ser está integrado por tres esferas por así decirlo: la parte física (ejercicio y comida sana, que no es hacer el batido perfecto sino saber de dónde viene lo que llevas a la boca), la parte mental (meditación, relajación y cultivar el intelecto) y la parte emocional (relaciones sanas). La salud no es otra cosa que el equilibrio entre ellas, si no cuidamos, entrenamos y trabajamos cada una de ellas por igual créeme que podrás ganar los Crossfit Games o mejorar tu MMP en el próximo maratón que corras, pero NO ESTARÁS SANO.
Como siempre digo, no pretendo sentar cátedra ni mucho menos, solo os cuento mi experiencia por si hay alguien a quien le puede ser útil. Pero, ¿cuándo realmente el ejercicio no es la solución?
Primero: cuando el objetivo es erróneo.
Hasta hace relativamente poco el ejercicio para mi tenía como principal objetivo mantener el peso bajo control. Cuanto más duro e intenso era, más pensaba yo que estaba luchando contra los quilos de más. Cuál es el problema, que el ejercicio se había convertido en una fuente de estrés más, liberando más y más cortisol, y la ansiedad que me generaba por ejemplo el hecho de no poder ir a a entrenar un día era casi más nociva que no hacer nada. Si a esto le sumas que por las lesiones de la rodilla he tenido que reducir casi toda mi actividad física a andar y hacer yoga, no os quiero ni contar. ¿Cómo estoy trabajando en ello? Cada día me repito que el ejercicio es una forma de cuidar el cuerpo, no de maltratarlo llevándolo al extremo; ahora disfruto de cada asana en yoga como la que más y no porque me salgan bien (solo cruzarme de piernas ya es un logro algunas mañanas) sino porque hace que me sienta bien. El día que fui consciente de que absolutamente todos los días sin excepción al volver de entrenar necesitaba forrarme la rodilla con hielos para que bajara la inflamación y el dolor, vi la luz.
Segundo: cuando eliges tu deporte porque está de moda…
…en vez de tener en cuenta lo que tu cuerpo necesita. Habrá algunos que se echen las manos a la cabeza pero os lo puedo decir con conocimiento de causa: NO TODO EL MUNDO PUEDE PRACTICAR CUALQUIER DEPORTE. El running puede ser el deporte más barato y más fácilmente encajable en una agenda ocupada, pero hace estragos en algunas rodillas; el Crossfit es magnífico para fortalecer tus músculos, pero para algunas espaldas y muñecas sencillamente no es bueno. Con esto no quiero demonizar ningún deporte, al contrario, todos son fantásticos, pero para cada cuerpo hay algunos mejores que otros. No soy profesional de la educación física, pero creo que desde la experiencia de alguien que ha probado prácticamente todos los deportes/actividades (dejé de correr con la segunda operación de rodilla, cuando se empezaba a poner de moda, he practicado kick boxing casi 10 años, Crossfit, natación, volley, pilates, yoga, baloncesto, todas las actividades posibles dentro de un gym…) hablo con conocimiento de causa. Hay que escuchar al cuerpo, ver qué necesita en cada momento, de hecho ya no es solo que para cada cuerpo haya deportes más indicados que otros, me atrevería a decir que incluso según tu momento vital hay algunos deportes que directamente «te los pide el cuerpo». A veces sacar a pasear al perro puede ser suficiente para satisfacer lo que tu cuerpo te está pidiendo, no se trata de hacer más y a mayor intensidad yo creo, se trata de hacerlo de forma consciente y disfrutar de ello.
Tercero: cuando se te va la olla.
Volvamos a la idea del equilibrio entre nuestras tres esferas que comentábamos antes. Está bien que nos esforcemos, que queramos mejorar, que planifiquemos entrenos y todo eso, pero cuando te lo tomas como si fueras un atleta de competición, es que se te ha pirado y mucho. Trabaja tu mente y tus emociones en igual medida que tu cuerpo, no son cosas que podamos disociar, todo lo que pasa en nuestra cabeza tiene una repercusión a nivel físico, y si vives estresado por bajar 3 décimas, tu cuerpo lo va a notar, así que take it easy.
Cuarto: cuando descubres la farsa del «no pain no gain».
El ejercicio no tiene que doler (ojo, que dolor no es lo mismo que esfuerzo), a veces cuando oigo a gente decir que no puede andar de lo duro que fue el entreno del día anterior se me ponen los pelos como escarpias, y ojo que yo he sido de esas. Pero el día que entiendes que el ejercicio tiene que hacerte sentir placer y no dolor, ese día cambia la película.
Ya se que el tema de hoy no es nada del otro mundo, es puro sentido común, pero cómo cuesta a veces aplicar la lógica. Desde este blog estoy intentado impulsar una forma de entender nuestra vida más holística, como un conjunto, como esas tres esferas que no podemos separar y que tenemos que cuidar para mantener nuestro equilibrio.
Os invito a uniros a este viaje, ahora, mañana, cuando queráis, no necesitáis ninguna equipación, solo empezar una relación más sana con vosotros mismos, ¿quién se apunta? Nos vemos dentro de nada, mientras podéis encontrarme aquí:
@janfr
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