Tengo un Diógenes parcial. Digo parcial porque afortunadamente no me da por acumular de todo, solamente números atrasados de revistas que me gustan y recortes, muchos recortes, de artículos interesantes. Hace poco encontré entre mis «archivos» de publicaciones sobre bienestar (porque ordenada soy un rato y hasta acumulo por Buena Vida de El País, publicado en septiembre de 2016. Ya en su portada avanza el tema del que quiero hablaros hoy: «Silencio. Necesita 2 horas al día». He de decir que en su momento, cuando lo leí por primera vez, pensé, «¿pero quién tiene dos horas al día para estar en silencio?». Sin embargo, nueve meses después de leerlo, mi pensamiento es otro: ¡el silencio debería ser prescripción médica!».
Te levantas, y antes incluso de encender la cafetera pones la radio para escuchar ese programa de bromas absurdas. Entras en casa al volver del trabajo, no hay nadie, lo primero que haces es encender la tele, no hay nada interesante, pero por lo menos escuchas algo. Sales a dar un paseo o a correr un rato por el parque para despejarte, cuidado que no se te olviden los cascos, a ver qué haces sin música… ¿Te suenan estas situaciones? Para mi eran rituales diarios hasta hace no muchos meses. Rituales para estar distraída, acompañada, para no pensar. El silencio me aburría.
El ruido innecesario es la ausencia más cruel de cuidado que se puede infligir sobre una persona
Este mes de junio justo hace un año en el que tras un aviso en toda regla de mi cuerpo, decidí empezar a cuidar de mi. Pero no de mi cuerpo, que ya lo hacía y sigo haciéndolo, sino de mi como ser, de mi por dentro. Es un camino de autoconocimiento que no ha hecho más que empezar. Un camino en el que todos los días, sin excepción, hay una parada, la parada del silencio, para estar conmigo, con mis sentimientos, con mis emociones, me gusten o no. Porque precisamente eso es lo que hace el ruido innecesario, acallar eso que nos pasa por dentro, y que al final se acaba manifestando por fuera en forma de ansiedad, tristeza, falta de energía, taquicardias por las noches, faltas de memoria (todo ellos vivido en mis carnes).
¿Y esto tiene remedio? Claro que lo tiene. Eso si, ya os aviso, requiere tiempo, compromiso, vas a llorar, a veces va a doler, vas a sentir paz y otras veces desasosiego, vas a entender lo que realmente significa ser feliz… Es lo que tiene conocerse y aprender a vivir con ese ruido mental que todos tenemos, que no se puede eliminar, pero con el que se puede aprender a vivir. No hay un camino único; yo lo he encontrado en la meditación y tengo la suerte de ir acompañada de una profesional excelente, Patricia Duyos. Por favor, recurrid siempre a buenos profesionales, huid de aquellos que con una foto bonita en Instagram en la postura del loto te dicen que con diez minutos al día que dejes la mente en blanco alcanzarás el nirvana. No es verdad, así de sencillo. Si te tienes que operar no buscas al cirujano por Instagram; la mente es salud, no juegues con ella.
Hay un libro MARAVILLOSO, que deberían recetarlo los médicos y ser lectura obligada en el colegio, Biografía del silencio, de Pablo D’Ors. No es la primera vez que lo recomiendo, de verdad, leedlo. Os dejo una cita para que si queréis reflexionéis:
Persigo algo que el fondo no deseo. Lucho por algo que me es indiferente. Tengo una casa intercambiable con la de mi vecino. Hago un viaje y no veo nada. Me voy de vacaciones y no descanso. Leo un libro y no me entero. Escucho una frase y soy incapaz de repetirla.
Un beso fuerte,
Jana